La pandemia del COVID-19 trajo consigo muchos retos pero también abrió el camino a una mayor aceptación del trabajo remoto, especialmente en el área tecnológica y la programación. Ahora es común ver ofertas de empleo 100% remotas cuando antes se cuestionaba si esto era algo realmente factible por las posibles bajas de productividad, atención y compromiso al trabajo, entre otros. El distanciamiento social nos obligó a tomar esta vía si queríamos mantener el mundo digital andando mientras buscábamos una respuesta a qué depararía el futuro con esta nueva realidad.
Hay lugares que se prestan mejor o peor para ofrecer estos servicios desde nuestros hogares. En mi país de origen, Venezuela, existe una gran carencia en materia de servicios públicos. No hablamos solo del servicio eléctrico y el agua, las conexiones de internet son un tema muy complicado ya que el país tiene un costo de vida alto pero los precios de los servicios están regulados. Esto implica que el mantenimiento de las plataformas es mínimo, las fallas son constantes y las velocidades paupérrimas.
Intentar trabajar en esas condiciones implica hacer grandes inversiones de dinero buscando tener respaldo de estos servicios para que, en el peor caso, podamos seguir trabajando. Esto se volvió una lucha permanente que me llevó a considerar algo que había pensado desde hace mucho pero todavía no había visto la urgencia de materializar: migrar a otro país.
Desde mi perspectiva, era esencial plantear un proceso de migración a un país donde, no solo pueda llegar, sino establecerme legalmente. Por lo general los procesos de legalización con una oferta laboral son mucho más directos y era entonces ideal buscar una empresa que provea apoyo en el país deseado. Afortunadamente, Cecropia cuenta con una oficina en Bucaramanga, Colombia, y muchos de mis connacionales se han establecido acá con su ayuda.
Habiendo visitado Colombia anteriormente quedé con una grata impresión. En muchas cosas me recuerda a mi país, con una gran belleza y calidad en su gente pero sin los sufrimientos y limitaciones que comentamos anteriormente. Si los procesos de migración son naturalmente difíciles por todo lo que se deja, por salir de la zona de confort y lanzarse a lo desconocido, escoger un país con una cultura similar probablemente haría las cosas más llevaderas.
Preparar el viaje fue un proceso complicado. Entre las cosas más importantes estaba vender lo que no podía llevarme, como mi vehículo y productos grandes, y encontrar la información y documentación necesaria para viajar con una mascota en la cabina. Dejar a alguien habilitado legalmente para actuar en mi nombre y, dolorosamente, compartir los últimos momentos con familiares y amigos, al menos por una cantidad indeterminada de tiempo. Nunca se sabe cuándo puedes volver a tu sitio de origen y mucho menos con una pandemia que rompe todos los esquemas. Todo esto mientras debes hacer lo posible por mantener la misma calidad laboral y las interrupciones al mínimo. ¡Complicado!
El viaje en sí no tuvo percances pero sí paradas extra. A pesar de la cercanía entre Venezuela y Colombia, actualmente no hay vuelos directos entre ambas naciones. Debemos tomar un desvío hacia Panamá para luego volver al sur, incrementando el tiempo de vuelo a unas 6 horas si contamos la escala. Hacer una cola en Migración Colombia que parecía kilométrica por ser el último vuelo del día. Como viajaba con una mascota, también eran necesarias revisiones adicionales en ambos aeropuertos. El agotamiento estaba asegurado.
Afortunadamente el día siguiente era sábado y pude salir un poco a conocer la ciudad, al menos la zona donde me estaba hospedando. Viniendo de un país que parece haberse congelado en muchos ámbitos hace 15 años, muchas cosas me sorprendieron. Acceso a servicios básicos de manera constante, no preocuparme por el precio de la moneda para salir a comprar, gran variedad en los productos disponibles y mucho más. El estrés de vivir en un sitio nuevo se vio opacado por las novedades, por recuperar la normalidad en el día a día, dejando también la sensación de opresión a un lado.
No todo es color rosa, por supuesto. Sin amigos en la nueva ciudad toca hacer muchas cosas solo, arriesgarse y descubrir por tu cuenta. Sí conté con las recomendaciones invaluables de compañeros de trabajo (reconocimiento especial a Juan Pablo y Darío) pero la familiaridad con la que contaba en mi país y ciudad se había esfumado y tocaba reconstruirla desde cero en este nuevo sitio. ¿Cómo consigo una nueva línea telefónica? ¿Por qué el jamón aquí sabe así? ¿Por qué soy el único calvo? Muchas interrogantes.
En general, el cambio fue muy positivo en mi experiencia. Hay ciertas cosas que no sabes que son críticas hasta que pierdes la conexión tres veces durante una llamada laboral y entras en pánico. Esos dolores de cabeza son, cruzando los dedos, cosa del pasado. Me queda la tarea de adaptarme a esta nueva realidad, hacerla mía con todo lo bueno y lo malo que tendrá. Conocer este país y a su gente, encontrar mi rol en este espacio y colaborar para que juntos podamos desarrollarnos de manera próspera.